Si creías que los puzzles eran cosa de niños, prepárate para que Worms Lines te dé una lección de estrategia con estilo (y un poco de frustración, porque, seamos honestos, esos niveles no se pasan solos). Aquí no solo estás para juntar puntos de colores; tu misión, si la aceptas, es convertir cada baldosa en una explosión de pintura que ni Banksy se atrevería a igualar.
En cuanto a las mecánicas de juego, olvídate de avanzar a lo loco. Cada movimiento cuenta y un paso mal calculado puede condenarte al temido “game over”. Es como jugar al gato y al ratón, pero siendo tú el gusano que debe bailar por un laberinto multicolor sin quedarse atrapado en un agujero (sí, esos malditos agujeros son trampas que, aunque te abren nuevos caminos, también podrían hacerte sentir atrapado en una teleserie dramática). La idea es usar estos huecos sabiamente, como si fueran portales mágicos que te conectan a otros mundos, pero sin perder la cabeza en el intento.
¿Pensabas que sería tan simple como “recolecta los puntos y listo”? Ja. La realidad es que cada uno de los 80 niveles pone a prueba tu capacidad estratégica para cubrir todas las baldosas con pintura sin quedar bloqueado. Imagina un juego de mesa con 80 mini-rompecabezas, donde cada error es un combo de “no, no y no”. Yo intenté dominar la forma en que se conecta todo y terminé con un cisco digno de un chef intentando hacer paella sin receta (spoiler: no salió bien).
¿Quieres sentir la satisfacción genuina de decir “GG” (Good Game) cuando conquistas un nivel? Aquí eso viene con sudor y mucha cabeza. Porque aunque la premisa parezca una mezcla de coleccionar puntos y pintar con crayones, la mecánica es una elegante danza de movimiento y planificación. En definitiva, Worms Lines es ese viaje que te hace pensar, repensar y luego pensar de nuevo antes de hacer el siguiente movimiento. ¿Lograrás pintar cada tablero sin quedar atrapado en un agujero sin salida? Eso, amigo, depende de tu habilidad para ser un verdadero estratega del color.